lunes, 2 de noviembre de 2009

Tribus urbanas, lugares de pertenencia

Lunes 15 de setiembre de 2008 Publicado en edición impresa

Por Evangelina Himitian
De la Redacción de LA NACION
Cada vez son más los adolescentes que se suman a alguno de estos grupos y adoptan el look y el lenguaje de sus referentes.


Unos eligen el negro y otros, los colores. Algunos sólo buscan pasar inadvertidos y otros, ser vistos por millones. Están los que aman el deporte y los que no corren ni el colectivo, los que parecen felices por elección y los que se confiesan tristes practicantes. Lo cierto es que casi todos, sean floggers, emos, raperos, cumbieros, visual kei, gothic lolitas, antiemos, fox, góticos y antifloggers eligen el Abasto o la plaza del palacio Pizzurno como lugar de culto.
Cada vez son más los jóvenes que adoptan alguna de las llamadas tribus urbanas como grupo de pertenencia. Los especialistas estiman que entre el 20 y el 30% de los adolescentes se identifican hoy con alguna. "No podemos decir que toda la juventud esté tribalizada. Pero, a pesar de que son grupos pequeños, tienen una importante significación en la medida en que producen visibilidad e instalan modas, formas comunicativas y tendencias", explica Marcelo Urresti, sociólogo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que desde hace tres años dirige una investigación acerca de las nuevas tribus.
Agustina Vivero es un claro ejemplo. Tiene 17 años y en su fotolog se hace llamar Cumbio. Cuando "postea" una foto la gente se agolpa para comentarla. En un año y medio, su sitio fue visitado por 11 millones de usuarios y Nike la eligió para ser la cara de su campaña. Hoy organiza fiestas y sus amigos les cobran unos 600 pesos a los boliches sólo para estar.
Pero también están aquellos que prefieren el bajo perfil y que se alejan de cualquier estereotipo de violencia. Como Eva Sánchez, de 16 años, que vive en Pilar y hace un año se convirtió en gothic lolita. "Emulamos el estilo victoriano, con vestidos de encaje que se usan sobre un traje negro y con maquillaje gótico", contó a LA NACION, sentada frente al palacio Pizzurno. Esta tribu, de origen japonés -una de las últimas que llegaron al país-, se compone sólo por mujeres. Su actividad favorita es tomar el té en una plaza. "Todos tenemos una parte impura. Nosotras la caracterizamos vistiéndonos como chicas inocentes, para enfatizar que en realidad nadie lo es", sintetiza Eva.
Los emos son esos chicos de negro que se maquillan con fucsia y se tapan un ojo con el flequillo; los floggers combinan glamour con pantalones "chupines" y lentes de sol. Sin embargo, la identidad de tribu va más allá de la imagen.
"Hay cuatro pilares que sustentan la identidad de una tribu: una estética, el estilo de música, los lugares frecuentados y un lenguaje; eso, sobre la base de una ideología en común, que aunque muchas veces se enmascare como falta de ideología, siempre está allí, subyacente, ya que la no ideología es una ideología", apunta María José Hooft, responsable de la cátedra Subculturas Juveniles del Instituto Bíblico Río de la Plata, que acaba de publicar el libro Tribus urbanas , dirigido a líderes de iglesias, docentes y padres. Intenta evitar el "horror" que sienten los adultos cuando se enfrentan a un adolescente "tribalizado".
Algunas de las tribus son movimientos netamente locales. Tal es el caso de los floggers y los rolingas. "En todo el mundo hay seguidores de los Rolling Stones. En otras partes son Stones, pero acá además están los rolingas, que combinan su gusto por los Rolling con un fanatismo por bandas como Viejas Locas o expresiones del llamado rock chabón", explica Hooft. "También nos gustan Callejeros y La 25", acota Jonathan Mazzeo, de 15 años, "rolinga de alma", que tiene su propia banda de rock barrial.
Aaromm Cabrera (así pidió que se lo identificara) tiene 19 años y se inscribe entre los pioneros del movimiento flogger. "Hace un año y medio, Cumbio nos convocó a un grupo de amigos al Abasto porque venía un chico de Rosario. Nos juntamos un miércoles y éramos 30; a la semana nos volvimos a juntar y ya éramos 200, y al miércoles siguiente, casi 1000. Hoy, el Abasto es la iglesia Blogger (...) vamos todos los domingos", cuenta.
Mariana Sandoval, de 20 años, no se pierde un encuentro, aunque considera que el espíritu de tribu se fue perdiendo con la masividad. "Antes entraban a ver tus fotos. Ahora, es cuestión de firmar para ser popular", cuenta.
Yasmín Nazer tiene 19 años y es rastafari. "La gente nos identifica como los «drogones». En mi casa les costó aceptarlo. Pero bueno, después lo aceptaron. Yo, por ejemplo, decidí no fumar y todos me respetan. Somos una tribu muy abierta", cuenta.
Para Rodrigo Rojas Gacitúa, de 18 años, las cosas no fueron sencillas. Sobre todo, cuando vivía en Baradero y se convirtió en el primer gótico. "Mi papá no me entendía. Decía que era gay, que andaba en la macumba. Un día vi un documental y me sentí identificado... me dije «eso soy yo»", cuenta. Tiene media cabeza rapada y una melena. "Desde entonces vivo vestido así, yo soy así. A la gente no le gusta. Nosotros nos vestimos como los personajes de sus peores pesadillas, pero tenemos la valentía de mostrar esa cara de la sociedad", sostiene.
Sólo apariencias...
Las fronteras entre tribus no son rígidas. De hecho, si uno aborda a algún adolescente tribalizado, no debe dejarse guiar por las apariencias.
Matías Laurel, de 22 años; Darío Pelozo, de 20, y Gabriel González, 16, explican por qué. "Nosotros hacemos hip-hop, pero cada vez es más difícil ponernos ropa que nos distinga, porque los cumbieros nos copian desde las zapatillas hasta las marcas de la ropa", dice Darío. Matías optó por coserse su propia ropa.
Nicolás González, de 15 años, es un emo "recuperado": un fox. "Antes era emo. Me había hecho por problemas personales. En la primaria nadie me hablaba, hasta que me hice emo y encontré amigos", aclara. Fox es otra tribu surgida como una "cruzada" en defensa de los emos, que en todo el mundo son atacados por otras tribus, entre ellas, las de cumbieros, floggers, punks o metaleros.
"Los que nos atacan no son las tribus sino las personas. Nos burlan, nos estigmatizan como seres tristes. Cuando subo al tren la gente se aleja de mí porque piensa que soy peligroso... es ridículo", dice Ezequiel Cavanesi, de 18 años, que es emo, cursa el CBC y quiere ser pediatra.
Florencia García es su novia, también emo. Le da un beso e imita al personaje del actor Diego Capusotto que encarna a un representante de esa tribu. Después, cuenta que su mamá "lo adora" a Ezequiel, y se le escapan dos lágrimas del ojo izquierdo. "Se puede ser emo y ser feliz", remata.

Hijos de una generación transgresora
Lunes 15 de setiembre de 2008 Publicado en edición impresa

¿De dónde surgieron estos grupos de adolescentes casi uniformados que deambulan por la ciudad? El sociólogo Marcelo Urresti, que conduce una investigación sobre tribus urbanas, da una respuesta interesante: "De sus padres", dice. Y agrega que con sólo analizar las edades de sus integrantes se descubre que son hijos de una generación que vivió una adolescencia de mayores transgresiones que las anteriores. Los adolescentes actuales deben gestar su oposición generacional frente a padres menos tradicionalistas y más descontracturados.

"El espacio de transgresiones se ha reducido. Y no está en el sexo, ya no está en el rock ni en las drogas. La transgresión está en la radicalización del estilo, lo que lleva a la proliferación de formas musicales, indumentarias, estéticas y presentaciones ante otros que buscan romper la aceptación adulta", asegura.

"Muchas veces se identifica a las tribus como grupos violentos, y no es así. Algunos representantes pueden ser agresivos, pero la tribu es un grupo de pertenencia y de construcción de la identidad. Los emos han sido el grupo de reinserción de chicos que habían sido marginados por su entorno. Lo verdaderamente violento y peligroso es que existan adolescentes sin grupo de pares. Un adolescente sin amigos con un arma cerca es un Bowling for Columbine en potencia", dice Urresti.

Pablo Urbaitel es investigador de la Universidad Nacional de Rosario. Hace diez años escribió un material para docentes sobre tribus urbanas. "Las tribus se constituyen a partir de reglas específicas a las que el joven decide confiar su imagen. Hoy, los adolescentes siguen buscando lo mismo: construir su identidad y diferenciarse, sólo que con la tecnología como intermediaria ", explica Urbaitel.

Todo comenzó con Duchamp

Por Alicia de Arteaga

Martes 14 de octubre de 2008 en LA NACION

Damien Hirst ha puesto en pie de guerra a Mario Vargas Llosa, quien se despachó el sábado en LA NACION en contra de los tiburones en formol que le dieron fama y millones al chico malo del arte británico. Pero el escritor peruano se olvida que no habría tiburones ni cebras embalsamados sin el fenomenal quiebre que para la historia del arte significó la operación de Marcel Duchamp, cuando en las primeras décadas del siglo pasado bautizó "Fuente" a un mingitorio y envió la obra a un concurso inaugurando la era del arte conceptual. En 2000, Duchamp fue elegido por 500 críticos británicos como "el artista más influyente del siglo XX".
Deudor de Duchamp, Hirst devuelve las estocadas de sus detractores con un argumento conceptual: "si el tiburón se pudre le hacemos uno nuevo". ¿Dónde está el problema si lo que importa es la idea? Lo que vale 12 millones de dólares es el concepto; ni siquiera importa quien de los 120 empleados de sus 6 talleres lo ejecutará.
Deudor de Charles Saatchi, Hirst no existiría como fenómeno de marketing sin la fabulosa campaña que montó en su nombre y en el de sus colegas del Young British Artists el publicista que tuvo a Margaret Thatcher entre sus clientes. Pregunta: ¿hubiera llegado Damien a las tarimas de Sothebys sin la formidable ayudita de Charles? Difícil.
El personaje en la noticia es el señor Saatchi, cuya última pasión es el arte chino. De Asia proceden las obras que ha instalado en su galería, inaugurada el jueves último en el vecindario de Chelsea, Londres, en un edificio patrimonial construido en 1803 para el duque de York. Un palacio neoclásico escoltado por columnas dóricas se ha convertido en el nuevo templo del arte contemporáneo. Esta excentricidad es el tipo de gesto teatral que le gusta protagonizar al publicista porque le garantiza alto centimetraje en los medios.
Soureen Melikian, influyente critico del Herald Tribune, admite que Saatchi "cambió el curso del arte contemporáneo británico, sin él no existirían ni la Tate Modern, ni el Turner Prize. La muestra inaugural de la galería de Chelsea, bautizada "La Revolucion continua", incluye trabajos del más celebrado de los artistas chinos actuales: Zhan Xiaogang. Sus cuadros, enormes retratos hiperrealistas de chinos flacos con chaqueta Mao, se venden a partir del millón de libras esterlinas. El otro chino estelar es Yun Minjun, dedicado a pintar chinos muertos de risa, que le encantan a Saatchi por la energía que transmiten. La exposición se completa con obras de artistas de medio oriente, la mayoría nacidos en Siria y en el Líbano que Saathi compró en los últimos años en galerías On Line o en Dubai, vigoroso centro de negocios de arte contemporáneo. Una forma de volver a las fuentes. Charles Saatchi nació en Bagdad en el seno de una familia judía iraquí. A los cuatro años se fue con sus padres Londres.
En estos días la gente se pregunta, y me pregunta, qué pasará con los precios del arte en medio de la hecatombe financiera que azota el planeta. Inversores como Saatchi creen que la burbuja del arte actual no va a explotar y la prueba es la apertura de la galería de Chelsea. Desde el estallido de la crisis, el pasado 15 de septiembre con la caída de Lehman Brothers, el mercado de arte se ha mantenido al margen del tembladeral. Ese mismo día Damien Hirst vivió su día de gloria con la cosecha de 200 millones de dólares, y una semana después Sothebys vendió en París la colección del anticuario Leon Levy por el doble del estimado más alto.
La prueba de fuego llegará en las próximas semanas con las subastas de otoño en Nueva York, que han sido históricamente el termómetro del mercado mundial. Mientras tanto, en Buenos Aires galeristas y operadores tienen el ceño fruncido. A la anémica demanda local, se suma ahora la preocupación por la caída del turismo internacional, que en estos últimos años fue un factor dinamizador de alto impacto. Sin embargo, en medio de este panorama hay un puñado de muy buenas noticias: 1) la apertura la semana próxima del Museo Fortabat (lunes y martes por invitación, miércoles abierto al público) 2) La ampliación del presupuesto para el Museo Nacional de Bellas Artes, que destinará, a partir de 2009, 6 millones de pesos por año para comprar obras y cumplir así con la misión de acrecentar el patrimonio 3) la inauguración de la primera edición de Límite Sud, organizada por Fundación arteBA y el gobierno porteño, que puede ser el germen de la bienal de artes visuales que no tenemos 4) la apertura de la cuarta edición Buenos Aires Photo organizada por Arte al Día y LA NACION en el Palais de Glace, una plataforma impar para descubrir las nuevas tendencias en el lenguaje expresivo de mayor expansión en el siglo XXI.

"Soy como una Vogue boliviana"

Sábado 27 de setiembre de 2008 Publicado en la Edición impresa

Por Natalia Blanc
De la Redacción de LA NACION
El fotógrafo, diseñador y creador de espacios culturales presenta su nueva muestra y critica los circuitos de arte actuales

"Soy un tipo raro: como una especie de revista Vogue con onda boliviana." Así se define Sergio De Loof, diseñador, fotógrafo, decorador autodidacta y artífice de recordados espacios como Bolivia, El Dorado, Ave Porco y El Morocco, reductos de artistas y proyectos culturales under en Buenos Aires durante las décadas de 1980 y 1990. Con cuadros y fotografías de aquellos años que había guardado en casa de sus padres y hacía tiempo que no veía, De Loof inauguró una muestra en la galería Canasta a la que no por casualidad llamó Orden. Se trata de su primera exposición desde la salida del libro El buscador , en 2004, que reúne retratos de familiares, amigos como el chef Fernando Trocca y la galerista Teresa Anchorena y modelos ocasionales.

"Siempre que estoy en actividad me gusta guardar imágenes, bocetos, objetos relacionados con lo que hago en ese momento. Cuando me puse a ordenar todo lo que tenía archivado, me di cuenta de que había hecho muchas cosas y muy variadas: desfiles, performances, obras de teatro, producciones de fotos, diseño gráfico y de ropa. Me reencontré con mi pasado y con la base de toda mi historia. Así surgió Orden, que es una revisión alegre, no melancólica. Porque si hay algo que ahora quiero es pasarlo bien", asegura y mira a través de la ventana de su nuevo restaurante a una mujer que pasea a su perro. De fondo, se escucha un viejo disco de Caetano Veloso.

Siempre adelantado al estilo de cada época, De Loof pasaba música de Madonna y rendía culto al pop cuando aquí estaba de moda escuchar a The Cure y vestirse de negro de pies a cabeza. Años más tarde, cuando las fibras sintéticas y los colores rabiosos se impusieron en la vestimenta, él sorprendió con un desfile de trajes de baño de hilo natural tejidos al croché. Fue socio fundador de la revista Wipe, pionera entre las publicaciones gratuitas con información sobre la movida nocturna y sus diversos circuitos. También, uno de los primeros que abrió un local gastronómico-cultural en Palermo, El Diamante, mucho antes de que las firmas extranjeras se instalaran en la zona y el precio de los alquileres se triplicara. Ahora que ese barrio tiene nombres tan disparatados como "Palermo Dead" (en las cercanías de Chacarita), De Loof ya no lo elige. Al contrario: lo critica.

"El Diamante estaba en una casona art déco en la esquina de Malabia y El Salvador -recuerda-. Funcionó muy bien durante los dos primeros años. Cuando tuve que renovar el contrato, querían aumentar el alquiler mensual de 3000 a 9000 pesos. Cerré porque era imposible de mantener. Las grandes marcas se instalaron en Palermo por una cuestión de imagen, aunque no les vaya bien en esos locales. Suponen que hoy todo se puede comprar: la imagen, el contenido, la onda cool y moderna. Pero eso es superficial, vacío. No me interesa."

Alejado, entonces, del barrio que solía frecuentar cuando sólo se lo conocía como Palermo Viejo, De Loof abrió un espacio en una zona de Belgrano de casas bajas y edificios antiguos. Pipí Cucú, así se llama, tiene su sello: las paredes están decoradas con dibujos y recortes de revistas viejas, hay lámparas, muebles, mesas y espejos que parecen rescatados de algún mercado de pulgas. Ofrece té de jengibre, limón y menta mientras recorta flores de una Vogue ya casi desteñida. Cuenta que vive en la casa que era de sus padres en Hudson, provincia de Buenos Aires, y que viene sólo dos veces por semana a la ciudad. Recibe a los amigos en Pipí Cucú. Es como su oficina. "Estoy en un veraneo constante, en contacto con la naturaleza. Escribo y tengo siempre a mano un cuaderno Rivadavia tapa dura. Lo que más me interesa es bajar el arte a la vida real. Lo que menos me importa es la parte freak. Quiero ser un artista común, traducir los sentimientos y compartirlos a través del arte."

En la casa de unas tías recuperó viejos álbumes de fotos familiares. "Me encontré a mí mismo, a la cuadra de mi infancia, al club, al colegio, a la iglesia. Fue una vuelta a los orígenes que me dio material para la muestra", agrega. Enseguida aclara que no le gusta hablar del pasado, de los amigos que ya no están (como el actor Batato Barea y el fotógrafo Alejandro Kuropatwa) ni de los espacios que llevaron su apellido como signo de una época. "Eso fue intransmisible, único". Es todo lo que dice.

Cuando se le pregunta por los artistas jóvenes y el circuito de arte actual responde serio: "Hay mucha gente con entusiasmo. También hay mucho cheto estafador que vende burbujas de colores. Una de las cosas que más me desagradan hoy es que hay poca originalidad y demasiada copia. Palermo es el mejor ejemplo de eso. Ahora, que se impone el culto al dinero, yo prefiero a los artistas de antes, los que se embarran".

Las turbulencias del tiburón

Por Jorge Fernández Díaz

Director de adn* CULTURA
Sábado 27 de setiembre de 2008 Publicado en la Edición impresa.

Es curioso cómo los artistas plásticos tienen muchos menos complejos con el mercado que los escritores. Los primeros no tienen jamás dudas: realizan sus obras con honestidad artística y las venden con ánimo mercantil. Así de simple. Los segundos actúan, en cambio, como mujeres virtuosas necesitadas de aclarar a cada instante que no se dejarán prostituir por el mercado, lo que hace presumir que podrían hacerlo y que una parte de sus cerebros lucha contra la otra para no caer en la tentación. Por eso, mientras que nadie puede espantarse por las sumas astronómicas que se pagan por un cuadro, resulta sospechoso de mediocridad cualquier libro que se venda mucho. Bien es cierto, aclaremos, que ni los millones de dólares ni los millones de lectores garantizan por sí mismos la calidad y perdurabilidad de una obra. Tampoco todo lo contrario.

El tema de la perdurabilidad no es menor: todo artista desea secreta o abiertamente quedar en la Historia. Algunos logran el reconocimiento de sus pares; otros, la bendición del público, y un tercer grupo no logra ni una cosa ni la otra, aunque aspira a que el tiempo ponga las cosas en su lugar y las generaciones futuras reconozcan el error cometido y lo reparen.

Al mercado le importa poco la Historia. El mercado es presente en estado puro. Y el mundo de los galeristas y las subastas es el emporio de la cotización instantánea, una especie de Bolsa de Valores Artísticos en tiempo real, llena de impulsos de momento, modas, ojos clínicos, caprichos personales y, sobre todo, inversores de billetera generosa e intermediarios capaces de mucho. Los artistas, históricamente, han depositado en las grandes galerías el negocio. Hasta ahora. Hasta Damien Hirst, un artista arriesgado, para algunos un genio y para otros un mediocre marketinero.

Hirst ocupó en las últimas semanas la primera plana de los principales diarios del mundo y puso en tela de juicio todos estos dilemas y fenómenos. Joven británico, extravagante, ex cocainómano y merodeador de esa delgada línea donde el arte resbala hacia otras experiencias, se hizo famoso en todo el mundo por sus series de historia natural, donde animales muertos (ovejas, vacas, cebras o cerditos) son preservados y expuestos en formol. Su obra La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo es un tiburón tigre gigantesco, que flota eternamente en una vitrina. Y es ya un ícono mundial del arte moderno.

Más rico que Mick Jagger y Elton John, según aseguran las revistas especializadas, Hirst se hizo también célebre por sus obras que giran y sus "pinturas de puntos", técnica muy vampirizada por el mundo publicitario.

Hace quince días sacudió el planeta al apartar a las galerías de las ventas de sus creaciones. Decidió directamente ponerlas en subasta en Sothebys, con lo que consiguió que le pagaran doscientos millones de dólares por 223 de sus obras. Los intermediarios quedaron en estado catatónico y los detractores extrajeron nuevamente sus cuchillos. Arte y mercado, artistas o marketineros, vanguardia o fraude esnob, pintores y escultores versus galeristas e intermediarios. Como cuando explota un submarino bajo el agua y los restos ascienden violentamente a la superficie.

Van Gogh necesitó cien años para que sus girasoles se vendieran en 39 millones de dólares. Estas 223 obras de Hirst fueron hechas en los últimos dos años. La velocidad de legitimación del mercado, gracias a la tecnología y la globalización, es impresionante y cambia de hecho las reglas de juego.

Es por todo esto que la tapa de adn CULTURA está dedicada al hombre que cambió esas y otras reglas. Una producción que dirigió Alicia de Arteaga y que aborda, desde distintos ángulos, al artista y a los problemas implicados en su decisión.

La insoportable levedad del pixel

La reflexión del artista ilumina este nuevo campo de expresión; la fotografía debe ser revisada y redefinida.

Sábado 25 de octubre de 2008 Publicado en la Edición impresa

Por Gabriel Valansi (artista y curador)
Para LA NACION

Vivimos en un mundo saturado por imágenes de todo tipo. La fotografía, tomada como objeto de consumo casi desde el comienzo de su historia, ocupa un lugar preponderante en este panorama. Este año se espera que unos ochenta billones de fotografías sean obtenidas solamente con cámaras de teléfonos celulares.
El floreciente mercado del arte contemporáneo considera la fotografía un preciado commodity: su capacidad de ser reproducida y sus valores crecientes la vuelven funcional a la hora de satisfacer a un grupo cada vez más grande de coleccionistas.
Estamos rodeados por imágenes fotográficas. Sin embargo, en momentos en que la fotografía atraviesa este clímax expansivo, es cada vez más difícil distinguir las verdaderas fotografías de aquellas reproducidas con herramientas digitales, cada vez más perfectas, accesibles y fáciles de aplicar, que enrarecen con su capacidad de perfección mimética lo capturado por las cámaras fotográficas. De a poco nos vamos acostumbrando a la hibridación creciente de las imágenes que nos rodean. Mucho de lo que genéricamente denominamos fotografía, simplemente no lo es sino que parece serlo. En este principio de siglo, la fotografía, más que ser revisada, necesitaría ser redefinida. Y esto no es sólo una simple cuestión semántica.
La tendencia a la extinción de los viejos materiales fotosensibles es la consumación más efectiva del cambio en los paradigmas que rigieron la fotografía en la mayor parte de su joven historia. Gran parte de esa historia se ha construido sobre imágenes generadas sobre la base de procedimientos óptico-químicos, el noble grano de plata era la unidad constitutiva de la trama de todo lo fotografiado. La presencia física y tangible de un negativo, aunque lejos de acercarnos a alguna verdad absoluta, al menos nos permitía verificar la existencia momentánea de lo fotografiado delante de la cámara. Este concepto, base de la sensación de credibilidad de la que aún goza la fotografía, no sólo ha sido lo que originalmente ha dado sentido a su existencia, sino también lo que la ha diferenciado de otros soportes de reproducción visual. Lo fotográfico, entonces, tiene que ver con esa delicada y única relación de partes de la fotografía con la realidad, siendo esto, quizás, una de sus contribuciones más importantes a la historia de la cultura.
En este mundo gobernado por ficciones de toda índole (J. G. Ballard dixit), no es casual que la unidad suprema y constitutiva de gran parte de las imágenes que conforman el nuevo paisaje audiovisual tengan al píxel como unidad celular. La información visual, antes depositada sobre la tangibilidad del haluro de plata, hoy reposa en la insoportable levedad del píxel, una unidad incorpórea, que se puede transgredir y manipular fácilmente, a voluntad.
En el campo del arte, los grandes discursos en fotografía parecen haberse agotado con el siglo XX. Se habla de la muerte de la fotografía, como tantas veces se ha hablado de la muerte de la pintura. Al parecer, en su corta historia de casi 200 años el soporte ha dado todo lo que podía. La enorme producción de imágenes fotográficas en estos años, acelerada por su resultante de producto de consumo masivo, ha generado un enorme palimpsesto de imágenes, que nos llegan superpuestas en eso que llamamos la cultura visual. Eso redunda en que casi la única posibilidad de generar algo que tenga sentido agregar en este contexto vaya asociado a ese tipo de capacidad cognitiva de la que sólo la buena fotografía es capaz.
No se trata de llorar sobre la tumba de los materiales fotosensibles, ni de esparcir los viejos químicos por el aire, como si se tratara de las cenizas de un ser querido. Pero la lejanía de los formatos analógicos ha borrado todo rastro de proeza en lo producido recientemente, entendiendo como proeza esa destreza de la mirada sólo corporizada en las reacciones y reflejos cristalizados en la obra de los grandes fotógrafos.
Resulta un buen aporte que artistas visuales que han utilizado y utilizan la fotografía hayan enriquecido desde otras disciplinas la gramática de la imagen fotográfica. En el mejor de los casos, han aportado frescura en lo generado, al alejarse por desconocimiento o decisión consciente de los procedimientos y ceremonias caros al soporte. Pero hay algo que solo prevalece en lo producido por los fotógrafos de raza. Ese algo que trasciende toda avalancha tecnológica, todo enrarecimiento, todo nuevo manierismo o toda moda, haciendo que quede en segundo plano la manera de producir, generar o capturar imágenes: es ésa particular relación con la vida que propone el ejercicio de la fotografía.