lunes, 2 de noviembre de 2009

La insoportable levedad del pixel

La reflexión del artista ilumina este nuevo campo de expresión; la fotografía debe ser revisada y redefinida.

Sábado 25 de octubre de 2008 Publicado en la Edición impresa

Por Gabriel Valansi (artista y curador)
Para LA NACION

Vivimos en un mundo saturado por imágenes de todo tipo. La fotografía, tomada como objeto de consumo casi desde el comienzo de su historia, ocupa un lugar preponderante en este panorama. Este año se espera que unos ochenta billones de fotografías sean obtenidas solamente con cámaras de teléfonos celulares.
El floreciente mercado del arte contemporáneo considera la fotografía un preciado commodity: su capacidad de ser reproducida y sus valores crecientes la vuelven funcional a la hora de satisfacer a un grupo cada vez más grande de coleccionistas.
Estamos rodeados por imágenes fotográficas. Sin embargo, en momentos en que la fotografía atraviesa este clímax expansivo, es cada vez más difícil distinguir las verdaderas fotografías de aquellas reproducidas con herramientas digitales, cada vez más perfectas, accesibles y fáciles de aplicar, que enrarecen con su capacidad de perfección mimética lo capturado por las cámaras fotográficas. De a poco nos vamos acostumbrando a la hibridación creciente de las imágenes que nos rodean. Mucho de lo que genéricamente denominamos fotografía, simplemente no lo es sino que parece serlo. En este principio de siglo, la fotografía, más que ser revisada, necesitaría ser redefinida. Y esto no es sólo una simple cuestión semántica.
La tendencia a la extinción de los viejos materiales fotosensibles es la consumación más efectiva del cambio en los paradigmas que rigieron la fotografía en la mayor parte de su joven historia. Gran parte de esa historia se ha construido sobre imágenes generadas sobre la base de procedimientos óptico-químicos, el noble grano de plata era la unidad constitutiva de la trama de todo lo fotografiado. La presencia física y tangible de un negativo, aunque lejos de acercarnos a alguna verdad absoluta, al menos nos permitía verificar la existencia momentánea de lo fotografiado delante de la cámara. Este concepto, base de la sensación de credibilidad de la que aún goza la fotografía, no sólo ha sido lo que originalmente ha dado sentido a su existencia, sino también lo que la ha diferenciado de otros soportes de reproducción visual. Lo fotográfico, entonces, tiene que ver con esa delicada y única relación de partes de la fotografía con la realidad, siendo esto, quizás, una de sus contribuciones más importantes a la historia de la cultura.
En este mundo gobernado por ficciones de toda índole (J. G. Ballard dixit), no es casual que la unidad suprema y constitutiva de gran parte de las imágenes que conforman el nuevo paisaje audiovisual tengan al píxel como unidad celular. La información visual, antes depositada sobre la tangibilidad del haluro de plata, hoy reposa en la insoportable levedad del píxel, una unidad incorpórea, que se puede transgredir y manipular fácilmente, a voluntad.
En el campo del arte, los grandes discursos en fotografía parecen haberse agotado con el siglo XX. Se habla de la muerte de la fotografía, como tantas veces se ha hablado de la muerte de la pintura. Al parecer, en su corta historia de casi 200 años el soporte ha dado todo lo que podía. La enorme producción de imágenes fotográficas en estos años, acelerada por su resultante de producto de consumo masivo, ha generado un enorme palimpsesto de imágenes, que nos llegan superpuestas en eso que llamamos la cultura visual. Eso redunda en que casi la única posibilidad de generar algo que tenga sentido agregar en este contexto vaya asociado a ese tipo de capacidad cognitiva de la que sólo la buena fotografía es capaz.
No se trata de llorar sobre la tumba de los materiales fotosensibles, ni de esparcir los viejos químicos por el aire, como si se tratara de las cenizas de un ser querido. Pero la lejanía de los formatos analógicos ha borrado todo rastro de proeza en lo producido recientemente, entendiendo como proeza esa destreza de la mirada sólo corporizada en las reacciones y reflejos cristalizados en la obra de los grandes fotógrafos.
Resulta un buen aporte que artistas visuales que han utilizado y utilizan la fotografía hayan enriquecido desde otras disciplinas la gramática de la imagen fotográfica. En el mejor de los casos, han aportado frescura en lo generado, al alejarse por desconocimiento o decisión consciente de los procedimientos y ceremonias caros al soporte. Pero hay algo que solo prevalece en lo producido por los fotógrafos de raza. Ese algo que trasciende toda avalancha tecnológica, todo enrarecimiento, todo nuevo manierismo o toda moda, haciendo que quede en segundo plano la manera de producir, generar o capturar imágenes: es ésa particular relación con la vida que propone el ejercicio de la fotografía.