viernes, 15 de abril de 2011

Prólogo

Klein, Irene: El Taller del Escritor Universitario. Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.
Prólogo
Escribir
Escribir, señala el novelista Don de Lillo (2005), “es una forma concentrada de pensar. A través del lenguaje se puede llegar a ideas a las que de otra manera no hubiéramos tenido acceso”.
“Escribo”, afirma la ensayista Beatriz Sarlo (2001), “porque quiero saber cómo es eso que estoy pensando y que no lograré saber si no lo escribo. Se piensa porque se escribe”.
Tanto un escritor de ficción como una escritora de ensayos críticos asumen una posición coincidente: considerar a la escritura no como un medio para “expresar” lo que se piensa sino como un proceso por el que se descubre y transforma el conocimiento.
El sujeto que escribe produce un objeto, un trazo material (Barré-De Miniac, 2003): esa producción fuera de sí mismo le permite tomar distancia en relación al contenido escrito y observar y cuestionarlo. Es así que, al tiempo que moviliza los saberes que el sujeto tiene sobre la lengua y sus conocimientos sobre el mundo, la escritura posibilita configurar y reconfigurar esos saberes, o sea, construir conocimiento.
La escritura incide en el pensamiento y se inscribe, de ese modo, en el dominio de la cognición, cuyo sentido etimológico, precisamente, es el del “conocimiento”.

Enseñar a escribir: un proceso fundado en la lengua
Utilizamos la lengua para organizar nuestra experiencia, categorizar el mundo, dar sentido a nuestras actividades cotidianas, relacionarnos con quienes nos rodean y construirnos como seres sociales. En el lenguaje el sujeto construye su identidad social y cultural: el modo como organizamos con palabras nuestra relación con el mundo define lo que el mundo es para nosotros. Las diversas disciplinas académicas que conforman las carreras universitarias se presentan como distintas formas de pensar y comprender al mundo, de darle sentido y de representarlo. De ahí que sea sobre todo en las Ciencias Sociales y en las Humanidades donde surgen en mayor medida los problemas específicos de la transmisión e interpretación de los discursos de otros.
El lenguaje no es un simple instrumento sino el “escenario discursivo” (M. C. Martínez, 1997) en el que se realiza el encuentro significativo entre dos sujetos – el que se asume como enunciador de un texto y su lector virtual- y una experiencia externa o saber que desea transmitirse. No usamos la palabra para reproducir la realidad sino para construirla en función de intereses determinados. Tomar la palabra no es, entonces, una actividad ingenua: la elección de un tema, de determinadas unidades léxicas y de una organización retórica, etc., que hace un sujeto incide en los esquemas mentales ajenos- en los del auditorio o lector de su texto-; esto es, en sus modos de representar el mundo.
Ayudar a desarrollar una capacidad estratégica tanto para producir como para comprender los textos, es decir, tanto para adecuar el texto que se escribe a un determinado propósito como para reconocer el objetivo textual en el que se lee, es, por lo tanto, el objetivo esencial de la enseñanza de la escritura.

La escritura en la universidad
La escritura es una tarea habitual tanto para los estudiantes universitarios- que escriben parciales, monografías, tesinas, reseñas, informes- como para los profesionales, que elaboran artículos, papers, trabajos de investigación. Unos como otros no desconocen que escribir constituye una tarea intelectual de enorme complejidad que exige analizar lo que otros han dicho sobre un tema, establecer relaciones semánticas en el interior de su propio texto como así también entre diversos textos; constituirse en un observador agudo y analítico que pueda tomar distancia de su postura personal, considerar el tema dentro de un marco o sistema conceptual más amplio y fundamentar sus aserciones.
Sin embargo, salvo excepcionalmente, en ninguna disciplina se reflexiona sobre el proceso mismo de escribir. ¿Por qué? Tal vez porque se presupone que la escritura es un medio para comunicar lo que se sabe y, por lo tanto, basta con poseer dicho saber para poder hacerlo. Pocas veces se toma conciencia de que escribir no solo es transmitir ese saber sino sobre todo configurarlo. A lo sumo, entonces, frente a esa posibilidad de escribir un texto, se reclaman técnicas desde el anhelo de que, a través de ellas y de manera instantánea, tal como opera el pensamiento mágico, se logre plasmar en la hoja el saber que se tiene sobre determinada disciplina. Pero basta comenzar a producir un texto para darse cuenta de que no es tan fácil trasladar a la escritura lo que uno sabe y quiere decir; la escritura es más que un sistema de convenciones al que se debe responder. De modo similar, aun la descripción más precisa sobre las técnicas de modelado le resultarán insuficientes a un artesano cuando quiera dar forma a la masa de arcilla: solo hundiendo una y otra vez las propias manos en ella logrará que adopte la forma del jarrón que tiene en mente.
La escritura concebida en general como medio de registro y transmisión de un conocimiento y no como instrumento que contribuye a conformar conocimiento, se constituye a lo largo de las carreras universitarias fundamentalmente en un medio de evaluación. Es decir, se evalúa a través de la escritura la capacidad del estudiante de reproducir un saber pero en pocas ocasiones se le ofrecen al estudiante los elementos necesarios para que, a través de la escritura, pueda construirlo.
La posibilidad de escribir un buen parcial o una monografía no se vincula con el dominio que se tenga de los temas y conceptos de la materia ni tampoco del sistema de la lengua. No pocos profesionales, al momento e tener que dar forma escrita a sus investigaciones, enfrentan la tarea de escribir un artículo, una ponencia, una tesis, como un desafío complejo. ¿En qué consiste ese desafío? Fundamentalmente en tomar determinadas decisiones en función de objetivos que el escritor se ha trazado para que el texto resulte eficaz.
Escribir en la universidad implica que el enunciador se construya como miembro de la comunidad académica y se dirija a un enunciatario que no es el docente, aun cuando sea el que evalúa los textos, sino uno de sus pares. Producir un texto eficaz implica atender a las restricciones que las situaciones de escritura le imponen al escritor en las diversas disciplinas académicas. Así, por ejemplo, el que escribe un análisis sobre un texto, ¿se dirige a un lector que conoce el texto que comenta o a un lector que puede no haberlo leído? Es en función de una u otra opción que el escritor toma determinadas decisiones como, por ejemplo la elección del tipo y de la extensión de los ejemplos y citas textuales que incluirá en el texto. La decisión responde a objetivos diferentes: en el primer caso, tal vez, al de ofrecer al lector una mirada nueva sobre el texto conocido; en el segundo le resultará imprescindible ofrecer al lector la información necesaria para que pueda seguir el comentario sobre un texto que desconoce.
Así, por ejemplo, tener conocimiento del paradigma verbal lingüístico para escribir un texto narrativo no garantiza que se lo pueda utilizar de manera eficaz: el escritor debe atender a los efectos de lectura que desee provocar, ya que no es lo mismo narrar, por ejemplo, en presente, a fin de acercar al lector al acontecimiento narrado, que en pretérito perfecto, que lo distancia.

Los géneros académicos
Los textos son productos de la actividad humana; por lo tanto, están articulados en base a las necesidades, intereses y condiciones de funcionamiento de las formaciones sociales en el seno de las cuales son producidos.
En nuestro siglo, y sobre todo a partir de Bajtín, la noción de géneros discursivos fue aplicada progresivamente a un conjunto de producciones verbales organizadas bajo la modalidad de la escritura o la oralidad.
Para realizar la producción el emisor o enunciador dispone de un conjunto de géneros discursivos en uso en la lengua y de los conocimientos y representaciones que posee acerca de esos géneros. En base a su apreciación de la situación comunicativa o de la acción (Bronckart, 1996) en la que se encuentra, va a elegir el modelo textual que le parece más pertinente y más eficaz y va a realizar una producción más o menos conforme a ese modelo. Los géneros son múltiples, infinitos y no se constituyen como modelos de referencia estable y coherente dado que las producciones textuales tienen carácter histórico y, como tal, dinámico (hay géneros que desaparecen o se modifican; hay géneros que, como el correo electrónico o el mensaje de texto, surgen a raíz de las innovaciones tecnológicas). Por lo tanto, los géneros se le presentan al usuario de una lengua como un conjunto de textos de fronteras huidizas que se intersectan muchas veces solo parcialmente en la clasificación.
Son las secuencias que entran en la composición de los géneros las que pueden ser identificadas porque presentan ciertas regularidades de estructuración lingüística.
El género académico es la producción discursiva propia del ámbito académico que comprende a su vez diferentes tipos de textos, tales como el parcial, la monografía, el informe de lectura, para citar algunos. Una tesina se distingue del informe fundamentalmente en la composición de sus secuencias; si en la primera predomina la secuencia argumentativa, en el segundo la expositiva. Es en función de la situación comunicativa en la que se inscribe el texto que el enunciador elige un determinado género discursivo, un registro de mayor o menor formalidad, una construcción sintáctica más o menos compleja, profundiza o no el tema, hace referencia a saberes compartidos, etc., ya que o es lo mismo escribir, por ejemplo, un artículo sobre la globalización para un medio masivo de comunicación que para un libro de ciencias sociales. Esa situación comunicativa incide también en la estructura de un texto; es decir, rige la organización de las ideas o enunciados, esto es, su coherencia.

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El libro*
Sus autores*
Bibliografía*


*Los apartados correspondientes a los títulos señalados con un asterisco que integran el prólogo han sido suprimidos en la presente versión.